lunes, abril 25, 2011

Qedeshím Qedeshóth / G. Rojas

De Gonzalo Rojas
Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz bellísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves,
el océano, el amanecer era blanco.

Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
50, o nada. Lloró
convulsa contra el espejo, pintó
encima con rouge y lágrimas un pez: -Pez,
acuérdate del pez.

Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
rito completo; primero puso en el aire un disco de Babilonia y
le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre
sin duda era un gramófono milenario
por el esplendor de
la música; palomas,
de repente aparecieron palomas.

Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra como
cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
del puerto, o en Cartago
donde fue bailarina con derecho a sábana a los
quince; todo eso.

Pero ahora, ay, hablando en prosa se
entenderá que tanto
espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
espinazo, y lascivo y
seminal la violé en su éxtasis como
si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la
besé áspero, la
lastimé y ella igual me
besó en un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas
Cádiz adentro en la noche ronca en un
aceite de hombre y de mujer que no está escrito
en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la
imaginación me alcanza.

Qedeshím qedeshóth*, personaja, teóloga
loca, bronce, aullido
de bronce, ni Agustín
de Hipona que también fue liviano y
pecador en Africa hubiera
hurtado por una noche el cuerpo a la
diáfana fenicia. Yo
pecador me confieso a Dios.
*En fenicio, cortesana del templo.
Quien asumió la poesía como conducta, la palabra erótica entreversada con lo sacro, falleció hoy a los 93 años: Gonzalo Rojas.
"Se dice que soy un poeta erótico", precisó el propio escritor un día, "pero una cosa es la eroticidad pornográfica, mediocre, pantanosa y vil, y otra cosa es la otra cosa, ahí donde se ata y se amarra en profundidad lo alto y lo bajo, lo sacro y lo lascivo".
En gran medida, ese binomio cifró la obra que lo convertiría en un imprescindible.
Chile, ante su partida, acontecida en Santiago la madrugada del lunes, decretó dos días de duelo nacional.
"Cada que se muere un gran poeta renace la eternidad; el cielo se hace más ancho", lanzó desde esa capital el también poeta Raúl Zurita, advirtiendo en la sentencia no una pérdida, sino el nacimiento de un hombre que, dijo, es "para siempre".
Rojas era atendido en hospital de la capital, 300 kilómetros al norte de su casa de Chillán, hecha en madera, azul, y un jardín lleno de flores. Fue allí donde hace dos meses lo asaltó el infarto cerebral que lo mantenía en vilo.
En un país de poetas, figuraba entre los grandes: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Enrique Lihn, Nicanor Parra.
"Ser un gran poeta dentro de la gran poesía chilena es un mérito doble. Gonzalo Rojas es radicalmente un poeta de su País pero también de Hispanoamérica y de la lengua castellana toda (...) La seguiré leyendo mientras viva", señaló ante la noticia el poeta mexicano José Emilio Pacheco.
Tenía 93 años, dos hijos, cincuenta y tantos libros, decenas de premios, diversas consideraciones al Nobel y un solo ojo. "Del derecho ni hablar", le dijo su oftalmólogo un día: "Ya no le sirve para nada", contó el poeta en 2007 durante la última visita a México: "De este modo es que escribo solamente con mi ojo izquierdo, intentando trans-ver, que es más que ver, aunque no sé si lo consigo".
Ganador de los premios Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1992 y Cervantes 2003, el más importante en lengua española, sufrió el 22 de febrero un infarto cerebral. Entre el 25 de ese mismo mes y el domingo, su estado apenas varió. La fundación que lleva su nombre, había sugerido, incluso, que su partida era cuestión de tiempo. El autor se apagaba "lenta y dignamente", había dicho este fin de semana Gonzalo Rojas-May, su hijo
Durante su agonía, la información que se vertía apuntaba a lo mismo: se encontraba en "estado de sopor".
Sopor es lo último que mostró en vida.
Nació el 20 de diciembre de 1917 en Lebu, al sur chileno. Fue el séptimo de ocho hermanos, descendiente por vía paterna de Gabriela Mistral.
"De niño aprendí solo, yo solo, que hay que mirar hacia adelante y también hacia atrás al mismo tiempo y no tenerle miedo al miedo. Porque no se me da la sentencia preciosa del gran Eliot: ‘Te mostraré el miedo en un puñado de polvo’. No es para tanto, nunca es para tanto", advirtió en su discurso de aceptación del Cervantes.
Fue autor, entre decenas de títulos, de La miseria del hombre (1948), Contra la muerte (1964), Del relámpago (1981), Río turbio (1997), Poesía esencial (2006) y Del Agua (2007).
"Al poeta le dan los dioses el don prodigioso de no escribir solo", explicó un día Rojas. "A través de uno también escriben los otros". / Foto: Fundación Gonzalo Rojas.

Gonzalo Rojas (Lebu, Chile, 1917 - Santiago de Chile, 2011)

viernes, abril 22, 2011

Por la ventana / T. López Mills

De Tedi López Mills
Hay un tiempo ahí

Otro aire de oro

Otra piel ligada al viento

Quema, dilo, vivir ahí quema

Esa cordillera de llamas
Que asciende por la franja de cielo

Ese lienzo de nubes en la cara
Que va quebrando la tarde
En un retrato de instantes

Más allá del contorno
Donde el incendio se reparte
La densidad del bosque
Di si arde una comarca
Una orilla de tierra
Que no ves ahí
Por la ventana
Cegando el fuego del mundo

Como el sol
En la memoria cerrada del ojo
De Horas (2000)
"Horas royendo el día el año el siglo el hueso". Epígrafe de Octavio Paz con el cual Tedi abre Horas. Tedi es una belleza. / Foto tomada del blog La nueva ciudad de las damas, de Eve Gil.
Tedi López Mills (Ciudad de México, 1959)