De Eugenio Montejo
Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.
Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en un su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.
De Alfabeto del mundo (1986)
En Montejo, el árbol se inscribirá como un signo contrario al de la piedra, ya que en el árbol como en el ser, el paso indetenible del tiempo se inscribe como un desgarramiento; por eso el árbol es el lecho del ser, el ser mismo. El hombre es el árbol y el árbol es el hombre en la concreción de la imaginación vertical; a través de él el imaginario de los hombres describe la búsqueda de las zonas más profundas. (María del Rosario Chacón)

Eugenio Montejo (Caracas, Venezuela, 1938)